Una de las características cotidianas de las personas con demencia, es la manifestación de trastornos de conducta más ó menos graves.
En ocasiones, estas conductas son difíciles de gestionar para los cuidadores y sintiéndonos descontrolados por la situación, tenemos cierta tendencia impaciente a solicitar medicación para afrontarlas de manera rápida.
En este sentido, la medicación como primer recurso frente a los problemas de conducta, sin haber una discusión dentro del equipo por comprender el problema y sus causas, buscar y encontrar soluciones y estrategias no farmacológicas, no suele ser lo más adecuado. En general, la medicación de entrada ante un trastorno conductual, es una forma pobre de enfrentamiento.
Los motivos de esta afirmación, hoy ampliamente aceptada por los profesionales del sector, son que aunque aceptemos que la medicación apacigua síntomas (a veces es necesario en casos graves como la agresividad), puede aumentar la confusión y vulnerabilidad física del anciano. Entre los efectos secundarios de la medicación anti-psicótica en personas ancianas, nos encontramos con predisposición al estreñimiento, temblores, salivación excesiva, disminución de tensión arterial y riesgo de caída, visión borrosa, sedación…
En muchas ocasiones, si aceptamos “la enfermedad”, nos detenemos a observar el trastorno de comportamiento, si lo comprendemos, si empatizamos con la persona que lo sufre, podremos encontrar soluciones no farmacológicas que apacigüen el malestar de esa persona y por ende, el nuestro.
El estudiar el caso, el aceptar cierto nivel de estrés como síntoma de la enfermedad, el dedicarles tiempo, el escucharles, darles la mano, dar un paseo al aire libre… a veces reduce el trastorno y mejora la calidad de vida de nuestros residentes y sus cuidadores.
Unai Pérez. Psicólogo Loiu Gurena.