Una de las cuestiones que más me sorprende cuando converso con personas mayores, es la prácticamente nula PLANIFICACIÓN que tienen de su propia vejez. Pareciera como si el hecho de planificar esta etapa de la vida, precipitara o les hiciera más conscientes de que la vida se acaba. Pero afortunadamente esto es así, la vida es finita.
Creo que es conveniente aclarar que planificar no es sinónimo de anticipar, y que al igual que planificamos y nos preparamos para afrontar otras etapas de nuestra vida (nuestros estudios, dónde vivir, en qué trabajar, hijos, etc.), es absolutamente necesario diseñar y dibujar cómo queremos que sea nuestra vejez, NECESITAMOS UN PLAN.
Me sorprendo cuando veo familias desesperadas buscando cama en una residencia porque la situación se ha vuelto insostenible, o cuando una mujer de 90 años se ha caído en la bañera de su casa, o mi vecina no puede salir a la calle porque vive en un 5º piso sin ascensor. Pareciera, como bien señala Aurelio Arteta, que “la vejez nos llegara sin advertencia previa, por más síntomas que nos hayan anunciado su acercamiento”, y nos pilla sin un plan. ¿Qué es lo que nos impide tenerlo?
Quizás no haya un único motivo, pero creo que la cultura occidental ha de replantearse su visión de la muerte, porque fomenta el concepto de aferrarse, de crecer con la idea de “para siempre”. En otras culturas, ya desde la infancia, la muerte está presente en los ritos y en la vida misma, y se entiende que forma parte de ella. Nacemos, crecemos y morimos. Se normaliza y se acepta.
Solo a partir de esta aceptación podremos diseñar el mejor de nuestros planes y como maravillosamente describe Aurelio Arteta, “solo la previsión y meditación de nuestra fugacidad puede dotarla de su debido espesor”.
Beatriz Gázquez